lunes, 16 de marzo de 2009


Presencias Ausentes..




Por Francisco Cifuentes Dávila (Monterrey – México)

Siempre, al hablar sobre lo vivo, implícitamente y aun sin mencionarla se sobreentiende la existencia de la muerte como un ente que asedia y desde su espacio vigila lo que algún día será suyo.

Por ello no me referiré a las presencias vivas, sino solo a aquellas que ya son ubicuas e intemporales y que sus desplazamientos son invisibles y confundidos con la divinidad, con la nada absoluta y participando del todo absoluto.

En mi calidad de médico he visto vivir y morir a mucha gente. La profesión me ha brindado la oportunidad de conocer el “como” se gesta la vida y hasta allí llega ese conocimiento, lo demás, son especulaciones de orden escatológico.

El saber “Quien” la permite, el “Porqué” llega, el “Cuanto” durará y el “Qué” hay más allá, entra en el campo donde reina el desconcierto y la maravillosa e infranqueable duda a la que Gibrán Jalil Gibrán dijo al referirse al alma: “En ella se puso la oscuridad de la duda, que es la sombra de la luz”.

Todas las religiones, independientemente de sus parafernalias, persiguen un mismo fin, limpiar el alma y elevar la espiritualidad humana hacia un descanso virtual donde se goce y no se sufra. Para los católicos, musulmanes y judíos son el cielo y su contraparte; el sofisma del infierno, y para los budistas es el Nirvana.

No existe ninguna doctrina que no tenga un lugar virtual donde se descanse para siempre.

Pero dejo esto en paz y no puedo resistirme a mencionar aquella frase de Sir Robert Hutchinson en inscrita a la entrada de un hospital de Londres.“De hacer de la curación de la enfermedad, aun más penosa que la misma enfermedad.... ¡Librame Señor!

¡Librame Señor! Que hermosas palabras, más bellas que la codiciosa petición de ¡Ayúdame Señor! Y más hermosa sería si se dijera ¡Libérame Señor! Libérame de injustos dogmas nacidos y engendrados, no por la verdad, sino por la duda y el miedo a la muerte.

Cuando alguien muere, habitualmente se dice “El ausente”, porque estamos acostumbrados a guiar nuestros pasos con solo cinco sentidos, pero del sexto, del que muy pocos se ocupan, es el sentido espacial e intemporal.

Si se ocupara, ya nadie diría “El ausente”, sino el “Omnipresente” o “Epifanía”. (Presencia que cae y se manifiesta) Seria la esencia de lo perdido físicamente y que en sentido figurativo se refiere a “Lo más puro y acendrado de una cosa o un alguien”.

Yo, sigo recordando y percibo la esencia de mi madre, de mi padre y de mi abuela paterna. Seres esenciales en mi vida que cuando estuvieron, parecía que no estaban y ahora que no están siento su omnipresencia, su epifanía y su esencia.

Los recuerdo en mis olvidos y en mis olvidos se manifiestan puros, saludables y aun con más intensidad que cuando estaban.

Cuando los ausentes se vuelven presentes ya no existe ese ángel de alabastro sobre la tierra que los cobija y que tiene un dedo en los labios imponiendo silencio.

La comunicación desde su espacio se vuelve otra y sus palabras se vocalizan en un atardecer, en una ráfaga de viento o en un paisaje hermoso como si dijeran aquella frase dicha por el Hijo del hombre. “Azalamu alaikum”: ¡Que la paz sea contigo!

Todos los que ya se han ido, están allí, quizás en un paisaje, en las aguas de los mares o en un bosque de pinares. Ahora son inmortales y escatológicamente felices.

Y como escribiera Gibrán, el poeta árabe: Él dijo, refiriéndose a los que están y a los que se fueron: “Y amé a los seres humanos, los amé mucho. Estos, a mi juicio son tres: unos que maldicen la vida, otros que la bendicen, y otros que meditan en ella. Amé a los primeros por su desgracia, a los segundos por su generosidad, y a los terceros por su inteligencia”.