lunes, 7 de junio de 2010


Historias [5/6/2010]

Del olor del miedo al de la esperanza
Historias con nombre y apellido: Vicente Luna, fue marino y ayuda a chicos humildes

Alejandra Rey

LA NACION


Vicente Luna sabe cómo es el olor del miedo. El miedo huele a orín rancio. Se lo dijo un veterano de Malvinas que sirvió en el aviso Alférez Sobral y rescató a muchos soldados argentinos, heridos y hambreados. Luna también estuvo en esa guerra, como cabo segundo maquinista de la Armada en el destructor Domecq García, que hacía de puente con la Base Espora, cerca de Bahía Blanca, muy lejos de las islas perdidas.

Pero para las autoridades argentinas, él no es un veterano. No existe en las estadísticas, porque estaba más arriba del paralelo que dividió, caprichosamente, a quien sufrió y se merece una pensión y a quien no. Y a Luna no le tocó. 'Te cuento esto para que sepas cómo son los políticos. Porque lo que vas a ver acá es parte de esa desidia, de la poca importancia que tenemos nosotros para los que mandan. A nadie le importa lo que les pasa a estos pibes.'

Y no miente Luna. 'Acá' es el barrio La Cabaña, de Pablo Nogués, algo así como la desolación rodeada de los countries más caros del país y donde el hambre juega a las escondidas. 'Acá', donde Luna, 'el Gringo', nos recibe, es una cancha de fútbol con casilla de maderas endebles que, ostentosamente, se llama Club Atlético El Lucero. 'Acá' van llegando cerca de diez chicos, descalzos, sucios, vestidos con camisetas de Boca, que hacen cola para que Silvia, la mujer de 'el Gringo', les dé un trago de gaseosa. 'Acá', la vida es difícil.

'El Gringo' Luna tiene 50 años, cuatro hijos, es el jefe de seguridad de una fábrica de helados, nació en una villa miseria y, desde hace tres años, dedica su tiempo libre a fomentar el fútbol para sacar a los chicos de la calle. De esas calles tan peligrosas, en algunos casos, como sus propios padres.

Porque el barrio La Cabaña está justo frente a la villa La Hoya, que ocupa cuatro manzanas de terrenos fiscales y donde los chicos parecen librados al azar en forma permanente. Aunque 'acá' el azar se olvidó de pasar hace rato. Y lo que reina es el olor a orín rancio y seco. El olor del miedo. Del miedo a que los pibes no vuelvan, a que las madres los dejen, a que las hermanas se prostituyan a los 13 años, a las drogas y al abandono perpetuo. Sí, es olor a orín seco.

'Lo hacemos como podemos -dice «el Gringo»-, organizamos una truqueada, sorteos, las mujeres cocinan o ponemos de nuestro bolsillo para que los pibes puedan jugar al fútbol y estar ocupados. Lo más difícil es conseguir plata para trasladarlos cuando juegan en otros lugares por el campeonato, porque a la plata que ponemos para el colectivo, hay que agregarle las comidas de los chicos. Y seguimos adelante porque si no están acá, los pibes a veces no comen o salen a pedir y nosotros queremos que tengan algo. Yo no les puedo dar educación, pero sí contención. Que te quede claro, no buscamos dinero, pero por lo menos que la municipalidad se acuerde de estos chicos.'

Olvidados. Como el barrio. Están olvidados por todos. Incluso por sus padres.

Son 104 los pibes que vienen a practicar a la cancha, alambrada con enorme esfuerzo y varias veces saqueadas. La mayoría son menores de diez años. Y están empezando a llegar: delgaditos, con la cabeza rapada por los piojos, petisos, sucios, algunos con el pelo teñido, todos con la camiseta de Boca Juniors.

-¿Cómo te llamás?

-(Silencio por parte del nene de siete años con claritos en el pelo)

- Dale, tonto, contestale a la señora que es psiquiatra.

-No soy psiquiatra. Soy periodista. Y les vengo a hacer una nota. Dale, decime cómo te llamás.

-Kevin.

-Y yo, Cristian -dice el que cree que psiquiatra y periodista es la misma cosa.

-¿Y qué van a ser cuando crezcan?

-Futbolista -dice Kevin.

-Futbolista -dice Cristian-. Pero si no puedo, me gustaría tener un carro, como mi papá.

Lo que Cristian acaba de decir golpea el alma. Silvia nos mira y sonríe: ella está curtida. Cristian tiene una sola ilusión en su vida: o ser como Maradona o cartonear como el padre, sus dos referentes. Cartonear, hurgar en la basura, entre la basura que dejan los demás. Eso quiere.

Porque acá, obviamente, quien tiene un carro es Gardel y, si es con caballo, la categoría llega a semidiós. Por eso, Cristian quiere un carro. Y por eso, muy cerca de donde estamos, pastan caballos flacos, justo al lado de una especie de cementerio de autos, donde el agua de las últimas lluvias estancada alimenta el dengue. Encima de los chasis quemados, unos chicos de 14 años aspiran pegamento y gastan a los que juegan al fútbol.

'Ves -dice el Gringo- eso es lo que queremos evitar. Porque los tenemos acá hasta que cumplen 12 o 13 años y después, como tienen que jugar en las ligas mayores y no tenemos plata para anotarlos, se van, se pierden, se drogan y ya no los recuperás.'

Silvia cuenta que, a fuerza de empanadas, tortas fritas, sandwiches y facturas (es cocinera y niñera en un country cercano) logró que algunas madres la ayudaran los días que hay campeonatos. 'Pero si juegan diez pibes, sólo vienen dos madres a verlos.'

-¿Por qué?

-Porque no les importa. No les podemos cobrar los tres pesos que cuesta la entrada, pero están tomando cerveza. Eso a mí me jode. Son pibas jóvenes, que nunca trabajaron, que fuman porro todo el día y los mandan a mendigar.

Y relata los casos más desgraciados: '¿Ves aquel?', señala a una criatura que, por su estatura, podría tener cuatro años, pero tiene siete. 'Ese nene sale todas las noches a cirujear solo y siempre se pelea a las trompadas con alguno. Al padre lo busca la policía y la madre no hace nada. Para él robar es natural. Durante un campeonato, me acuerdo, agarró a un compañerito y le dijo: ?Si no me das el chupetín te pego´. Y qué querés, si eso es lo que le enseñaron.'

Como si fuera una profecía, el nene comienza a golpear con fiereza a uno mayor y cobra, pierde. Y trata de no llorar, pero no puede. Y se oculta la cara sucia. Y nos mira con odio: para él somos diferentes, muy diferentes....

-¿Les han robado alguna vez en el club?

-Un montón de veces, pero nos acostumbramos. Sabés qué es lo triste que nos roban los padres de los mismos pibes.

Y cuenta Luna de la violencia familiar que ve todos los días, de algunas nenas 'ligeritas' a los 13 años y atribuye todo a la falta de educación. 'Cuando yo me tomo el colectivo a la mañana para ir a trabajar, estos pibes están en la parada y, si el bondi tarda mucho, se vuelven a la casa. Nadie se ocupa de que asistan a la escuela.'

-¿Y por qué usted hace todo esto?

-Porque yo nací en una villa.

A Luna se le quiebra casi imperceptiblemente la voz. La suya también fue una vida de abandono. Con cuentagotas, esta cronista logrará sacarle a lo largo de la nota algunos detalles de su vida. 'Mi viejo era alcohólico y la fajaba a mi vieja, pero a nosotros no nos tocaba. Me acuerdo que mi mamá estaba cansada de los golpes y un día nos agarró y nos fuimos sin decirle nada a mi viejo, con un lavarropas y un colchón: era todo lo que tenía mi mamá en el mundo. Yo sentí un vacío muy grande. En la casa había una puerta de chapa y todavía tengo el recuerdo de cuando mi mamá la cerró, era como cerrar todo.'

No volvió a ver a su padre. Nunca más. Y lo extraña. Porque sabe que está vivo. Una vez fue a La Plata porque tenía un dato y se le escapó por poco. 'Mi vieja era una santa, pero me costó un poco perdonarle lo que descubrí después de que se murió.'

La señora había recibido muchas cartas de su ex marido después de irse de la casa, pero jamás le contestó y nunca se las mostró a sus hijos. Las guardó, en cambio, en una caja que 'el Gringo' descubrió una tarde maldita después del entierro: 'Las leí todas y me di cuenta de que el viejo siempre preguntaba por mí y mi mamá no me lo contó. Me sentí triste, no sé, hasta el momento había pensado que él no me quería'.

Pero se vuelve a poner serio. Y dice: 'Por eso a los pibes hay que tenerlos cortitos, para que respeten a los demás. Y no mentirles. Yo lo hago con mis hijos y con estos chicos también. Pero mirá lo que sucede: acá, cuando conseguimos, les damos ropa, Silvia trae del trabajo muchas cosas que les dan las mujeres, los nenes se las llevan a sus casas pero los padres se las venden y, ahí los ves, descalzos...'

Descalzos y moviéndose al ritmo de la cumbia villera que, con la letanía de un himno pagado, suena y suena, atormentando los oídos.

Luna aclara que en el barrio hay gente honesta, trabajadora, pero dice que la mayoría se la pasa sin hacer nada porque cobran planes trabajar.

'Mirá, cuando empezamos a hacer la canchita, el primero que se nos acercó fue Varela, un puntero de acá, para ofrecernos planes del Gobierno a cambio de que fuéramos a los actos. Te imaginás, vio que había bastante gente y empezó a repartir. Yo lo saqué carpiendo, pero muchos aceptaron y ahora no hacen nada. Si un pibe no vio trabajar nunca a su padre, difícilmente quiera trabajar.'

Los chicos siguen jugando. Hay alrededor de seis que patean al arco. Patean y relatan su propio gol. Kevin es el más atrevido. Tira un derechazo y un bebe de tres años, descalzo, con los mocos colgando y una mirada hermosa, se cuela por debajo del alambrado y lo abraza: es su hermanito, se nota que tiene hambre. Silvia le da un helado y cierra la puerta de madera que hace las veces de sede social del club. 'Les compramos botines, pero se los hacemos dejar acá porque los venden.'

¿No confían en los chicos? No, no confían en los padres. Y, con el mismo esfuerzo que para comprar el calzado deportivo, Luna y los demás contratan a un referí, que les cobra 170 pesos, para los campeonatos. Y hay un técnico que dos veces por semana les da charla a los 'jugadores'.

'Pero vienen con hambre, pobres, y hay que darles algo. Mirá a ese que viene ahí -muestra Silvia-. Le dicen Canario y es educadísimo, pero porque lo cría el abuelo: la mamá lo abandonó.' Canario tiene una mirada profunda y triste. No contesta cuando la cronista lo invita a charlar y luego, cuando lo hace, deja en evidencia la economía de palabras. -Luna ¿cuál es tu sueño?

-Y? poder construir un bufet acá al lado para poder darles de comer a todos los chicos. Y que nos hagan la zanja para que no se inunde. Ah, y poder tener la personería jurídica, que está en trámite, para poder tener a chicos más grandes. Porque lo peor de todo es que los tenemos acá jugando a la pelota hasta los 12 o 13 y después, a la edad más difícil, se van. Y ya nadie los rescata.

Es, a esa edad, cuando estos pibes comienzan a saber qué olor tiene el miedo.

VICENTE LUNA

Fue marino y ayuda a chicos humildes

Quién es: tiene 50 años, está casado con Silvia Russo, tienen 4 hijos y dos nietos. Una de las hijas cursa Economía en la UBA: va a ser la primera universitaria de la familia. Es empleado de una empresa de seguridad.

Qué hizo: desde hace tres años se ocupa de los chicos del Club Atlético El Lucero, de Pablo Nogués. El club sólo tiene una cancha alambrada y una pequeña casa donde ponen los botines y camisetas con la que juegan los 104 chicos, todos menores de 13 años.

Qué hace: les robaron varias veces, pero siguen adelante con la obra para tratar de que los chicos, en su tiempo libre, jueguen al fútbol en vez de estar en la calle. Apenas comenzaron con la obra se acercaron varios punteros para ofrecerles planes sociales a cambio de que fueran a los actos peronistas. Necesitan materiales para hacer un bufet y así darles de comer a los chicos, muchos de ellos, hijos de convictos.

Para comunicarse con Luna: vicenteluna75@yahoo.com.ar

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